Un día Jesús pasó por el pueblo de Betania y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Ella tenía tenía una hermana que se llamaba María, la cual se sentó a los pies de Jesús y escuchaba sus palabras.
Marta se preocupaba por muchos preparativos. Se dejaba llevar por el afán de las cosas temporales. Por otro lado, María decidió hacer lo necesario y luego sentarse a los pies de Cristo conocer más a Jesús.
Marta se molestó al ver que María dejó de ayudarla en los quehaceres del hogar, así que se acercó a Jesús y le preguntó:
— Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola, haciendo todo el trabajo de la casa? Dile que me ayude.
— Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. — respondió Jesús (seguro con una amplia sonrisa de amor en su rostro). — Pero sólo una cosa es necesaria; María la ha elegido y nadie se la va a quitar.
Qué buen abogado es Jesús.
Mucho tiempo después, pocas horas antes de la cruxifición del Mesías, María cometió una “locura” en medio de una cena que estaba teniendo lugar en su casa y en la que Jesús estaba como invitado.
De forma imprevisible para todos los presentes (excepto para Cristo, quien lo conoce todo), María tomó su perfume más caro y lo derramó sobre los pies de Jesús.
Los invitados a la cena y los discípulos de Jesús estaban atónitos al ver la escena. Muchos murmullos se escucharon en el lugar, pero María no respondió a lo que hablaba la gente e hizo lo que hizo como si nadie más la estuviera viendo. Como si para ella, solo Jesús era el mundo.
En un momento, ella subió su mirada y sus ojos se encontraron con los del Maestro. Él la miró con afecto indescriptible y luego ella bajó la mirada de nuevo hacia los pies de Jesús y los secó con sus cabellos mientras lloraba. Toda la casa se llenó del olor del perfume.
¿Por qué María hizo eso? Ella amaba a Jesús por ser su salvador y su Mesías y quería darle lo más valioso que ella tenía: Su perfume.
Judas se alarmó al ver el “desperdicio” de un perfume tan costoso y gritó:
— ¡Mejor se hubiera vendido este perfume! Nos habrían dado el dinero de trescientos días de trabajo, y con él podríamos haber ayudado a los pobres.
— ¡Déjala tranquila! — Exclamó Jesús mientras miraba a Judas con seriedad. Todas las demás personas entraron en silencio. — Ella estaba guardando ese perfume para el día de mi entierro. En cuanto a los pobres, siempre los tendrán cerca de ustedes, pero a mí no siempre me tendrán.
POW! Jesús aboga de nuevo a favor de María. Él lo conoce todo.
En realidad, Judas era un hipócrita al que no le importaban los pobres.
Además, para alguien que está enamorado de Dios, lo que hizo María no fue una exageración.
Te preguntarás por qué te estoy contando esto, ¿cierto?
Verás, dejé de defenderme cuando aprendí que Dios es mi abogado.
Así como Dios defendió a María, también está contigo para defenderte siempre que alguien se levante contra ti injustamente. Esto es si tienes tu mirada puesta en Cristo.
Siempre habrá gente que te juzgará sin razón y te querrá herir, pero si Dios está contigo, ¿Quien contra ti? (Romanos 8:31)
He aprendido que cuanto más conocemos a Jesús, menos tratamos de defendernos. Confiamos cada día más en que Él cuida de nosotros. Los cristianos no lanzan de nuevo las piedras que reciben ni se dejan guiar por lo que diga la gente.
San Agustín oraba pidiendo: “Señor, ¡líbrame del afán de autojustificarme!”… y tú y yo también nacimos para ser libres de ese afán.
Nunca lo olvides: Jesús es tu abogado… y es el mejor que existe. (Y no solo es tu abogado. ¡También es el máximo juez!)
Lo certifico.
¿Te atreves a confiar en que Dios está a tu lado para defenderte?