Nunca he conocido a un cristiano satisfecho con su vida de oración, y puedo asegurarte que yo mismo estoy lejos de poder decir que ya oro tanto como quisiera y debería hacerlo.
Pero por la gracia de Dios he aprendido algunas cosas que me han ayudado a orar con más intensidad y permanencia que antes, y me gustaría compartir contigo los siguientes consejos.
1. Profundiza en las Escrituras.
Más que un consejo, esta es una exhortación.
La razón por la que los paganos no oran bien, es porque no conocen en verdad a Dios (cp. Mateo 6:7-8). Necesitamos orar de acuerdo a la Biblia. Nuestra teología —nuestro entendimiento de quién es Dios— importa para tener vidas de oración conformes a Su corazón.
Además, profundizar en las Escrituras, conociendo más a Dios, incentivará más oración en nosotros. Jesús le dijo a la mujer samaritana: “Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a Él…” (Juan 4:10; énfasis añadido). John Piper escribe al respecto:
“Existe una relación directa entre no conocer a Jesús bien y no pedirle demasiado. Fallar en nuestra vida de oración es generalmente fallar en nuestro conocimiento de Jesús… Un cristiano que no ora es como un conductor de autobús que trata de empujar solo su autobús para sacarlo de un bache porque no sabe que Clark Kent está a su lado”.[1]John Piper, Sed de Dios (Andamio, 2011), p. 168.
Tengo la convicción de que, cuanto mayor es nuestro conocimiento de Dios y más bíblica es nuestra forma de acercarnos a Él, mayor será el gozo que experimentaremos al orar y ver las respuestas a nuestras oraciones, entendiendo que somos escuchados gracias a la obra de Cristo por nosotros.
2. Ora la Biblia.
Orar la Biblia se trata de algo que ha sido de utilidad para muchos hombres de Dios a lo largo de la historia. De hecho, el profesor Donald Whitney ha escrito un excelente libro al respecto que recomiendo a todo cristiano.
Esto de orar la Biblia se trata de orar a medida que la lees, sobre las cosas que lees o meditas cuando estás frente a ella. Se trata de presentar nuestros pensamientos (peticiones, acciones de gracias, alabanzas…) delante de Dios a medida que leemos y meditamos su Palabra
Esta práctica me ha ayudado para no ser tan repetitivo en la forma en que expreso mis peticiones delante de Dios, y también me ha servido para aprender a orar por más tiempo.
Siempre hay pensamientos, acciones de gracias, y peticiones para presentar ante Dios, cuando estamos frente a Su Palabra.
3. Ora cuando sientas que debas hacerlo.
Si somos tan pecadores como muestra la Biblia, y en verdad lo somos, entonces podemos estar seguros de que cada impulso en nuestro corazón para orar es un don de la gracia de Dios que no deberíamos desaprovechar.
Antes, cuando sentía un deseo grande dentro de mí por orar y derramar mis inquietudes, temores, y dolor, o mi alegría en gratitud delante de Dios, me decía a mí mismo “Josué, espera a que estés solo en casa para orar” o “espera a orar más tarde cuando llegue el tiempo que habías apartado para orar”.
Pero a menudo ese deseo de orar puede desvanecerse en mí, además de que hay ocasiones en las que me acerco a la oración con frialdad por mi pecado (razón por la cuál a menudo necesito “orar antes de orar”).
Por eso ahora, cuando siento un enorme impulso dentro de mí que me mueve a querer orar, intento orar con las personas que estén conmigo en ese momento, u orar en el lugar donde estoy, o buscar un lugar apartado para orar, dependiendo del lugar o las personas que me rodeen, y de la clase de necesidad o fervor que sienta en mi corazón en ese momento.
El punto es: procura no desperdiciar todo buen deseo que haya en tu corazón para orar delante de Dios. Ese deseo es obra del Espíritu Santo. Es un regalo de Él, y dejarte guiar por el Señor hacia la oración te conducirá a experimentar tarde o temprano su consuelo y amor de maneras más profundas.
Ahora, si crees que este consejo significa que solo debes orar cuando tienes deseos de hacerlo, quiero que sepas que eso no es lo que estoy diciendo acá. Solo digo que, cuando tengas el deseo de orar, no lo desperdicies. De hecho, cuando no sentimos deseos de orar lo mejor que podemos hacer es orar y pedir perdón por nuestra frialdad espiritual.
4. Planifica orar (incluso cuando no sientas el deseo de hacerlo).
Todo lo que hacemos en nuestro día a día, de un modo u otro, debe estar bañado de oración. Somos llamados a mantenernos en comunicación consciente con el Señor. “Orad sin cesar” (1 Tes. 5:17).
Pero la Biblia (y la historia de la Iglesia) muestran que necesitamos ser intencionales al buscar momentos particulares para orar en privado si queremos experimentar encuentros más prolongados e íntimos con Dios.
A veces la razón por la que no oramos es porque no planificamos orar, no planeamos apartar horas o minutos para eso, permitiendo que muchas cosas del día a día nos esclavicen de diversas maneras y nos distraigan de la oración.
Necesitamos ser más disciplinados si queremos vivir en piedad ante Dios (1 Tim. 4:7) … y eso implica disciplinarnos para la oración. Daniel y el salmista son ejemplos de intencionalidad en sus vidas de oración, y creo que debemos seguir el ejemplo de ellos (Dan. 6:7-10; Sal. 119:164).
Por supuesto, no podemos planear la forma en que el Espíritu nos ministrará de manera especial en momentos de oración. De hecho, sería absurdo pretender agendar el obrar del Espíritu. Dios es soberano, nosotros no.
Pero como hijos de Dios, sí podemos planificar estar sobre nuestras rodillas presentando a Él nuestra adoración y peticiones de manera consciente, buscando Su rostro, y eso es incalculablemente mejor que nada.
Personalmente, considero crucial planificar orar en las mañanas. Aquí puedes leer algunas reflexiones y confesiones que he escrito sobre la disciplina de empezar los días ante Dios en oración.
5. Ora hasta que ores.
Este es un consejo puritano de enorme valor para mí. D. A. Carson comenta al respecto:
“Lo que [los puritanos] quieren decir con esto es que los cristianos deberían orar lo suficientemente largo y honestamente, en una sola sesión, para dejar atrás el sentimiento de formalismo e irrealidad que acompaña a no pocas oraciones. Somos especialmente propensos a tales sentimientos cuando oramos solo por algunos minutos, apresurando terminar con un simple deber. Para entrar en el espíritu de oración, debemos permanecer allí por un rato.
Si “oramos hasta que oremos”, eventualmente vendremos a deleitarnos en la presencia de Dios, descansar en Su amor, atesorar Su voluntad. Incluso en la oscuridad o la oración agonizante, de alguna manera sabemos que estamos conversando con Dios. En resumen, descubrimos un poco de lo que Judas quiso decir cuando exhortó a sus lectores a orar “en el Espíritu Santo” (Jud. 20) — lo cual presumiblemente significa que hay una forma terrible de no orar en el Espíritu”.[2]D. A. Carson, Praying with Paul: A Call to Spiritual Reformation (Baker Publishing Group, 2015), p. 18. Mi traducción.
Que el Señor nos conceda ser intencionales en buscar su rostro, sensibles a la dirección de su Espíritu obrando en nosotros, sedientos por Él.
Este artículo fue publicado originalmente el 4 de julio de 2017.
Referencías