El reloj marcaba las 11:15 a. m. Me había quedado dormido; apenas estaba saliendo de casa para llegar a la reunión de las 11:00 de mi iglesia.
Empecé a hacer mis cálculos:
«20 minutos de tráfico me harían llegar a las 11:35. Considerando que al comienzo de la reunión hay unas palabras de bienvenida, y luego una oración y cinco canciones, seguro me alcanza el tiempo para llegar a la prédica. Uff, qué alivio».
A mi «yo adolescente» no le preocupaba tanto si se perdía los cantos. Lo importante era el sermón, ¿cierto? En mi mente, la adoración congregacional con música era solo un complemento para la reunión de la iglesia.
Lo digo para mi vergüenza. ¡Qué fácil es perder de vista la importancia real de la adoración!
La alabanza no es un relleno en la reunión del pueblo de Dios ni un mero entretenimiento para la gloria del ser humano. En palabras de John Piper:
El plan de reunirse semanalmente para la enseñanza, pero no para la adoración es como el plan de casarse sin sexo, por decirlo de una manera. O comer sin saborear. O hacer un descubrimiento sin emocionarse. O milagros sin asombro. O dádivas sin gratitud. O advertencias sin temor. O arrepentimiento sin lamentación. O resolución sin celo. O anhelos sin satisfacción. O ver sin observar (Exultación expositiva, 25).
Redimidos para adorar
Luego de once capítulos hablando de la grandeza del evangelio, Pablo escribe al comienzo de Romanos 12: «Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes» (v. 1). La lección es clara. Toda nuestra vida debe ser una ofrenda a Dios en respuesta a Su gloriosa salvación.
Somos redimidos para adorar. Esto es esencial en la vida cristiana… ¡y no solo en lo individual! La Biblia nos llama a expresar nuestra adoración con cantos para el Señor cuando estamos reunidos:
Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones (Col 3:16; cp. Ef 5:19-20).
Los momentos de adoración congregacional no reemplazan toda una vida de adoración, pero son el fruto y reflejo de ella. Los Salmos —un libro de canciones de adoración que Dios dio a Su pueblo— está lleno de ejemplos de esto: «De ti viene mi alabanza en la gran congregación» (22:25); «En la gran congregación te daré gracias; entre mucha gente te alabaré» (35:18); «He proclamado Tu fidelidad y Tu salvación; no he ocultado a la gran congregación Tu misericordia y Tu fidelidad» (40:10).
Los Salmos también incluye llamados a la adoración congregacional y pública:
Alaben a Dios por Sus hechos poderosos;
Alábenlo según la excelencia de Su grandeza.
Alaben a Dios con sonido de trompeta;
Alábenlo con arpa y lira… (Sal 150:2-3).
Si el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento debía adorar corporativamente con cánticos en respuesta a la majestad de Dios y sus hechos poderosos, ¿cuánto más nosotros, que conocemos de manera más gloriosa cuán grande es su santidad, amor, y poder para salvarnos?
Conocemos la historia del pesebre, la cruz, la tumba vacía, y el Salvador exaltado. ¡No nos faltan razones para adorar al Señor con nuestras vidas y cantos públicos junto a Su iglesia!
Exaltado entre Su pueblo
Toda nuestra vida debe ser para la gloria del Señor (1 Co 10:31). Esto no significa que hacemos a Dios más glorioso cuando lo adoramos, sino que reconocemos cuán glorioso es y lo exaltamos en gratitud por su majestad y salvación. Eso hace que la adoración corporativa sea tan importante y, en cierto sentido, exalte más a Dios que la adoración individual.
Redimir a un solo pecador ya es un acto de gracia infinitamente glorioso. ¿Cuánto más redimir a todo un pueblo formado por personas de todo el mundo?
Nuestra adoración congregacional testifica que Dios es más poderoso que cualquier otra cosa para unirnos en la verdad, a pesar de nuestras diferencias y contextos. La adoración corporativa evidencia el poder del Señor para salvar a toda clase de pecadores —de todas las naciones, pueblos, y lenguas (Ap 7:9-10)— y convertirlos en un pueblo que lo alabe en Espíritu y en verdad (Jn 4:23), venciendo el pecado de sus corazones, para llevarlos a vivir para siempre en Él.
Adoración que nos transforma
Así como nuestra vida de adoración privada llena de vigor a nuestra vida de adoración corporativa, alabar con sinceridad a Dios reunidos con la iglesia nos va convirtiendo en mejores adoradores el resto de la semana.
El Salmo 73 es un ejemplo de esto. Primero el salmista describe la difícil situación en la que se encontraba (v. 1-14). Sentía envidia de los impíos al ver la prosperidad de ellos y llegó a afirmar que no valía la pena mantenerse en pureza para Dios. Había dejado de estar satisfecho en Él. Su fe se encontraba en el peor momento.
Pero el salmo termina con una nota totalmente opuesta a la oscuridad de los primeros versículos:
¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti?
Fuera de Ti, nada deseo en la tierra.
Mi carne y mi corazón pueden desfallecer,
Pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre (v. 25-26).
¿Cómo pasó el salmista de la amargura e incredulidad a la satisfacción en Dios? La clave está en la mitad del salmo. El salmista estaba en su hora más oscura… «hasta que [entró] en el santuario de Dios» para adorar (Sal 73:17).
Esto nos recuerda que no podemos hacer crecer nuestra fe y amor a Dios por nosotros mismos, pues todo esto es un don de Dios (Stg 1:17). Y la adoración corporativa es un medio que Él se complace en usar para avivarnos en Su tiempo y conforme a Su soberanía. En la adoración corporativa recordamos, de manera muy especial, quién es Dios y quiénes somos nosotros. Y nos colocamos en el lugar que nos corresponde: como miembros de su cuerpo para adorar Su nombre, exaltar Su gracia, y esperar en Él.
Durante este tiempo en comunidad también somos alentados al ver y escuchar, en persona, a hermanos adorar mientras afrontan las mismas circunstancias adversas que nosotros, o incluso algunas mucho peores. Somos indescriptiblemente exhortados al ver exaltando a Dios a un hombre que perdió su trabajo, a una mujer que tiene una enfermedad, a un hijo que perdió a su padre, o a un adolescente que batalla contra el pecado. Con su adoración, ellos nos animan a descansar en Dios y gozarnos en Su misericordia. Nos recuerdan que todo sufrimiento en esta vida es pasajero y que nuestro Salvador es suficiente.
Desplazados del centro
Al igual que generaciones pasadas, nuestro pecado nos lleva constantemente a vivir como si fuéramos el centro del mundo. Pero a diferencia de otras épocas, hoy somos animados por la cultura a vivir de esa manera.
Somos una generación donde el individualismo es fomentado de maneras que aún no terminamos de entender por medio de las redes sociales, la televisión, la publicidad, y más. En contraste, los momentos de adoración congregacional son espacios en donde somos intencionalmente llamados a quitar los ojos de nosotros mismos, nuestras circunstancias, y cualquier otra cosa, y fijarlos en adoración en el Dios que nos ama. Somos desplazados del centro, el cual pertenece solo al Salvador.
Por supuesto, la predicación de la Palabra también nos lleva a tener nuestros ojos en Dios. ¡Y no es menos importante que la adoración con música! Pero al final de cuentas, llegará el día en que la predicación (al menos como la conocemos) será innecesaria en el cielo nuevo y la tierra nueva, pero los cantos permanecerán.
Martín Lutero explica el valor de la música de esta manera:
La experiencia testifica que, después de la Palabra de Dios, solo la música merece ser celebrada como dueña y reina de las emociones del corazón humano… Y por estas emociones los hombres son controlados y, a menudo, arrastrados como por sus señores. No podemos concebir un elogio de la música mayor que este. Porque si quieres revivir al triste, asustar al jovial, alentar al desesperado, humillar al engreído, pacificar al delirante, apaciguar a los llenos de odio (¿y quién es capaz de enumerar todos los señores del corazón humano? Me refiero a las emociones del corazón y los impulsos que incitan al hombre a todas las virtudes y vicios), ¿qué puedes encontrar más eficaz que la música? (Citado en The Legacy of Luther, loc. 5899).
La música nos moldea más de lo que imaginamos. Al cantar alabanzas fieles a la Palabra no solo estamos recibiendo enseñanza por medio de las letras de las canciones; también estamos poniéndola en práctica con nuestros cuerpos, respondiendo a ella.
La adoración congregacional nos entrena como adoradores. Incita en nosotros las virtudes que más necesitamos cultivar. Nos ayuda a llevar las verdades bíblicas de la mente al corazón, reconociendo que solo Dios merece estar en el centro de nuestras vidas.
El sonido más hermoso
Por amor a Dios y a tu alma, no cometas el error que por un buen tiempo cometí. No veas la adoración con cantos en la iglesia como un complemento o show. Cuando alabas a Dios junto a Su pueblo, estás experimentando una antesala del cielo nuevo y la tierra nueva. No hay sonido más hermoso en el universo que las voces de los redimidos adorando. Es tan hermoso, que será la banda sonora de nuestras vidas por la eternidad.
Una versión de este artículo apareció primero en Coalición por el evangelio.