Servir a la iglesia en la enseñanza y predicación ha sido uno de los privilegios más grandes en mi vida, y también una experiencia de aprendizaje constante.
Recientemente hablé con un amigo sobre nuestros primeros sermones, y pude recordar que Dios ha sido fiel al ayudarme a mejorar cada día un poco más en la predicación a pesar de los errores que he cometido a lo largo del tiempo.
Aunque como estudiante aún tengo mucho por aprender, quisiera compartir contigo nueve errores básicos que deberíamos procurar evitar cuando predicamos la Palabra:
1. El error de no orar por la enseñanza, tus oyentes, y tu corazón
Fallar en orar al Señor es fallar en reconocer que dependemos de Él para glorificarlo en cualquier cosa que hagamos. Recuerda:
- Dios en su soberanía puede usarte incluso aunque no ores a Él o no desees la transformación de los demás, pero si no oras a Él no deberías esperar que eso suceda.
- Si tu corazón no es impactado por la verdad que debes enseñar a otros, tu enseñanza será para mayor condenación tuya.
- Si eres avivado por el Señor durante la preparación de la enseñanza, es casi seguro que llevarás contigo algo de fuego al púlpito.
- Necesitas de Dios para poder entender su Palabra y predicarla fielmente.
- Si el Espíritu Santo no obra en la vida de tus oyentes, de nada les servirá todo lo que les expongas de la Palabra de Dios.
2. El error de depender de las enseñanzas de otros
Los mejores predicadores que conozco están de acuerdo en que consultar comentarios bíblicos y enseñanzas de otras personas es de gran ayuda, pero al mismo tiempo coinciden en que eso es casi lo último que deberíamos hacer durante la preparación de una enseñanza.
Consultar material de terceros puede ser útil para poner a prueba tu interpretación bíblica de un texto o confrontar tus puntos ciegos, pero trata de no depender de ellos. Como una vez escuché de John Piper: procura ser un eco de la voz de Dios cuando enseñes; no un eco de otro eco de la voz de Dios.
Tu enseñanza será mucho mejor cuando llegues al corazón de ella por ti solo guiado por el Espíritu Santo en oración y trabajo arduo.
3. El error de no considerar el significado del texto para la audiencia original
Ser fieles a la Palabra de Dios demanda ser fieles al contexto en que ella fue dada originalmente, buscando ponerte en los zapatos de los lectores originales para conocer cómo ellos fueron retados y edificado por ella.
Esto implica leer cada pasaje a la luz de su contexto histórico, cultural, y literario. Tarea que muchas veces no es tan fácil ni atractiva. Por eso es tan común dejarla a un lado. Pero si no la hacemos, seguramente vamos a predicar lo que suponemos que el texto dice en vez de lo que en verdad está diciendo.
Y si no vas a predicar con fidelidad la Palabras, entonces no deberías esperar que el Espíritu Santo bendiga tu enseñanza y la use para exaltar a Cristo en la vida de las personas.
4. El error de no considerar cómo el pasaje apunta a Jesús
Si solo te quedas con un estudio sobre qué significó un texto para la audiencia original, es casi seguro que tu enseñanza será muy académica (un montón de datos históricos), moralista (“tienes que hacer esto, esto, y esto”), y desconectada de la realidad diaria de tus oyentes.
Aunque es importante que te pongas en los zapatos de la audiencia original, recuerda que necesitas ver cómo el pasaje conecta con el evangelio de Cristo. Él es el protagonista de la Palabra. Él es el centro del universo alrededor del cual debe girar nuestras vidas.
Predica de tal manera que los inconversos pueden salir de la reunión habiendo escuchado el evangelio y siendo llamados al arrepentimiento para salvación, y los creyentes puedan salir animados a atesorar más a nuestro Señor.
5. El error de no trabajar en contextualizar tu enseñanza
Cuando predicas la Palabra de Dios, no solo debes entender qué dice ella sino también quiénes son tus oyentes y cómo poder exponerla de la manera más apropiada para ellos.
Vemos un ejemplo clásico de esto en el ministerio del apóstol Pablo. Cuando lees Hechos, puedes ver que él no predicaba de la misma forma a los judíos, a los griegos, y a los demás gentiles. Él buscaba contextualizar su enseñanza para ser entendido correctamente mientras confrontaba la idolatría de su audiencia y los conducía al evangelio.
6. El error de dar enseñanzas demasiado profundas o demasiado superficiales
Cuando exponemos la Biblia, deberíamos evitar sonar como un comentario teológico incomprensible para la mayoría de las personas. Estamos predicando a la iglesia, no exponiendo una tesis doctoral o dando una clase académica.
En mi experiencia, los nuevos reformados necesitamos recordar esto a menudo. Nos apasiona conocer teología y ampliar nuestra jerga teológica, y eso nos sirve en el estudio, pero la verdad es que no tenemos por qué llevar tanta profundidad al púlpito. El propósito de la predicación es que otros sean edificados y alaben a Dios, no que seamos vistos como inteligentes mientras la audiencia no entiende lo que hablamos.
Al mismo tiempo, debemos evitar el otro extremo: ser superficiales y excesivamente sencillos al predicar. Los detalles y las particularidades de cada texto en la Palabra tienen un propósito. No tienes que llevar al púlpito absolutamente todo lo que aprendiste en el estudio. De hecho, a veces lo difícil de preparar un mensaje no es saber qué decir, sino qué no decir. Pero en todo esto, es vital que ayudes a tus oyentes a ver en la Escritura más de lo que ellos usualmente puedan ver en una lectura detenida o con una Biblia de estudio. Ese es básicamente el trabajo de un predicador, desplegar la riqueza en la Escritura.
Además, es importante que modeles a tus oyentes cómo acercarnos a la Palabra de Dios. Es fácil argumentar que los sermones superficiales incentivan naturalmente la lectura superficial en la iglesia y eso producirá un cristianismo superficial.
Recuerda: es posible ser profundo sin ser abrumador, y también ser sencillo sin ser simplista y superficial. Es posible tener un equilibro al respecto y debemos procurarlo.
7. El error de dar enseñanzas demasiado largas para tu audiencia
Me gusta cómo lo dice Kevin DeYoung: “no tengo que hablar por 60 minutos para predicar un sermón exegéticamente responsable, teológicamente rico, personalmente relevante, y doxológicamente poderoso”. La verdad es que la mayoría de los sermones que he escuchado (y seguramente que he predicado) serían mejores si fueran unos minutos más cortos.
Sé que este punto puede sonar contradictorio a la luz del anterior en el que hablo en contra de la superficialidad y sencillez, pero la verdad es que predicar un sermón que dure cinco minutos menos no significa diluir el mensaje o ser superficial al exponerlo.
De hecho, en mi experiencia personal, he visto que trabajar en que mis sermones sean más concisos puede ser una tarea exigente. Quitar cinco minutos a la duración de un sermón puede tomar horas de reflexión y trabajo para sintetizar sin renunciar a la profundidad manteniendo sencillez. Así que predicar más corto no es igual a predicar más fácil. Sin embargo, tu iglesia te lo agradecerá grandemente.
8. El error de no mostrar la aplicación de la enseñanza
En medio del sermón más grandioso de la historia, Jesús habló de las preocupaciones diarias de las personas (Mt. 6). Recuerda eso cuando enseñes teología y prediques a los demás. Muestra a la gente cómo la verdad de Dios tiene implicaciones prácticas para nuestros días.
Cuando no mostramos la aplicación de lo que la Biblia nos enseña, ni profundizamos en cómo su mensaje debe impactar nuestras vidas y cómo debemos responder a él, estamos frente a una tragedia: enseñamos a las personas a dirigirse a la Palabra de Dios para obtener información y no transformación.
9. El error de no procurar vivir conforme a lo que enseñas
Las personas que te escuchen predicar la Biblia eventualmente van a saber y sentir si en verdad crees lo que estás predicando y vives conforme a ello. La pasión y convicción genuina es difícil de falsificar, en especial en nuestra era obsesionada con la autenticidad.
Es cierto que el evangelio tiene poder en sí mismo indiferentemente de quien lo predique (Fil. 1:8). La historia de Jonás está en la Biblia, en parte, para recordarnos que Dios puede usarnos a pesar de nosotros. Incluso en contra de nosotros. Sin embargo, la forma en que vivimos tiene un impacto en cómo otros pueden llegar a recibir la Palabra (1 Ts. 1:5).
Procura exaltar a Dios cuando prediques, siendo fiel a su Palabra. Pero prioriza exaltar a Dios con toda tu vida y no solo en el púlpito. Dios es digno de que todo lo que eres sea como un sacrificio de adoración para Él en respuesta a su evangelio (Ro. 12:1-2).
Oro que este artículo pueda ser visto como consejos de un aprendiz para otros aprendices, y que podemos seguir creciendo en nuestros dones para exponer la Palabra de nuestro Dios. Para la salvación de los perdidos, la edificación de su pueblo, y la gloria de Su nombre.
Imagen: Juan116.org