Date cuenta de lo siguiente: Cuando alguien, puede ser una celebridad, habla en público directamente en contra del cristianismo o a favor de un práctica pecaminosa, esa persona no es censurada. De hecho, posiblemente será aplaudida por los medios y por muchos sectores de la sociedad por causa de su “valentía”. Eso sucede a cada rato en la tele, en internet, en revistas, etc. Ver esto en el mundo es tan natural como respirar.
Curiosamente, todo lo opuesto pasa cuando alguien se expresa en público contra el pecado. Esa persona es tildada de intolerante y gana un montón de haters.
Un claro ejemplo de esto es lo que sucede con el tema de la homosexualidad. Cuando una celebridad sale del closet, es aplaudida. Pero cuando alguien como Tim Tebow, un jugador de futbol americano muy reconocido, expresa su fe cristiana, los medios y la sociedad le dicen que mantenga en privado su fe.
Así es la doble moral en este mundo. Es hipócrita la forma en que funciona la sociedad en este aspecto, además de que me resulta irónico que la comunidad homosexual generalmente estereotipe a los cristianos que proclaman y defienden lo que creen, cuando es precisamente eso, lo que a la comunidad gay no les gustaría que le hagan. Así como los homosexuales tienen derecho de decir lo que quieran y lo que creen, los cristianos también.
En nuestra cultura parece que todos tienen libertad de expresión excepto los cristianos. Excepto aquellos que expresan algo diferente a lo que la mayoría de la sociedad quiere oír.
Es por eso que muchas veces en nuestras congregaciones nos vemos tentados a dejar de ser la sal del mundo. Nos vemos tentados a perder nuestro sabor. Nos vemos seducidos a no cumplir con nuestro rol de preservar (eso hace la sal) a este mundo de hacer más maldad, porque no queremos ser perseguidos y queremos congraciar con todos. A muchos “cristianos” les importa más lo opinión de la gente que la opinión de Dios.
No es casualidad que Jesús diga que los cristianos son la sal del mundo, justo luego de que nos diga que somos bienaventurados cuando somos perseguidos, insultados y criticados por defender y proclamar la verdad (Lee Mateo 5). Si perdemos nuestro sabor, serviremos para ser lanzados al fuego y para nada más.
Necesitamos comprender que hay que odiar mucho a una persona para aplaudir sus pecados. No importa que nos llamen intolerantes, no debemos dejar de ser la sal del mundo.
Con esto no te digo que debes ser intolerante. Es necesario que seamos tolerantes, que amemos a nuestro prójimo, pero que lo hagamos de verdad; no como el mundo pretende que seamos. No debemos dejar de amar. El cristianismo sí es un discurso de amor.
Tolerancia (cristiana o no) significa soportar a alguien a pesar de que estés en total desacuerdo con sus creencias y prácticas. Tolerar a los demás no es aprobar lo que está mal y mucho menos aplaudirlo.
Ahora, el mundo pretende que la tolerancia consista en estar de acuerdo con todas las creencias y prácticas de los demás. Eso es ateísmo práctico, ya que si decimos que todos tienen la razón y que la verdad es relativa, estamos viviendo como si Dios no existiese.
Se me hace imposible ser ateo cuando en mi corazón, en mi mente y en mi alma, Dios me ha demostrado que Su palabra es cierta y que Él es más real que la realidad que conocemos.